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Universidades Recuperan la Lectura en Voz Alta y Escritura Manual: el Método “Medieval” para Contener la IA

 | diciembre 9, 2025 03:20

La escena se repite en aulas: alumnos universitarios, pantalla abierta, IA generando en segundos trabajos que deberían llevar horas de lectura y reflexión. Clay Shirky, vicerrector de IA y tecnología educativa en la Universidad de Nueva York, ve ese hábito a diario y lanza una alarma incómoda: si dejas que la máquina piense por ti, tu capacidad crítica se va apagando casi sin que te des cuenta.

Lo que plantea Shirky no es un miedo vago al futuro, sino un cambio muy concreto en cómo estudias hoy. Cuando delegas en la IA un comentario de texto, un ensayo o un trabajo de fin de grado, te ahorras esfuerzo, sí, pero también renuncias al momento clave del aprendizaje: leer, comprender, recordar, equivocarte.

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Ese detalle es que, mientras la IA gana espacio en tu vida diaria, tu comprensión lectora retrocede. Los datos del Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de la Población Adulta, el conocido Informe PISA, no son amables con España: en comprensión lectora se ha pasado de 282 puntos en 2012 a 271,9 en 2023, más de 10 puntos menos, según los informes publicados en 2024. Lo más inquietante no es solo la cifra, sino lo que hay detrás.

Varios estudios relacionan este descenso con el uso intensivo de pantallas y con el abuso de herramientas digitales, incluida la Inteligencia Artificial. Cada vez lees más fragmentos cortos, titulares, mensajes rápidos, y menos textos largos que exigen atención sostenida. La periodista Soledad Gallego-Díaz lo resume con ironía al lamentar que muchas personas “no pasan del titular”. Ella celebra que en algunos colegios se obligue a leer en voz alta páginas enteras, aunque reconoce que esa simple práctica puede ser casi un “shock” para algunos alumnos.

En este contexto, Shirky denuncia que muchos universitarios dejan que la IA haga el trabajo “duro”: redactar, estructurar, incluso decidir qué fuentes son relevantes. El resultado es cómodo pero pobre. Si lo comparamos con la app móvil que te hace todo, aquí el problema es que el músculo que se atrofia es el de tu pensamiento crítico. Y esa pérdida no se nota en un día, se nota en cómo te enfrentas al mundo.

La idea se repite en las aulas españolas. María Verónica de Haro de San Mateo, profesora de la Universidad de Murcia y directora de la Sección de Historia de la Comunicación Social de la Asociación Española de Investigación en Comunicación, lleva dos décadas dando clase a alumnos que, según ella, han crecido en una cultura audiovisual, rápida, sin relectura. Saben qué ha ocurrido, pero no suelen conocer la profundidad de lo que ha ocurrido, y ahí es donde el abuso de la IA agrava el problema.

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Para esta profesora, aprender de verdad implica cambios en la memoria a corto y medio plazo. Cuando simplemente copias y pegas lo que una Inteligencia Artificial te entrega, no se activa ese proceso interior. De Haro de San Mateo insiste mucho en que estudiar y aprender es un acto íntimo y personal que nadie puede hacer por ti. Si dejas que otros decidan por ti, advierte, empiezas a perder libertad individual, aunque todo parezca mucho más cómodo.

Los gobiernos también han empezado a reaccionar ante este deterioro del aprendizaje. En España, la nueva Ley Orgánica de Protección de Menores en Entornos Digitales obliga a los colegios a regular el uso de dispositivos electrónicos. Y, al mismo tiempo, varias comunidades autónomas han ido un paso más allá con normas específicas para las aulas. Aquí la Inteligencia Artificial no aparece sola, sino como parte de un ecosistema de pantallas que lo ocupan todo.

La Comunidad de Madrid aprobó en julio un decreto que prohíbe el uso individual de dispositivos digitales en colegios públicos y concertados de Educación Infantil y Primaria. Se permite el uso solo de manera compartida, bajo supervisión del docente y con un tiempo semanal limitado según el nivel educativo. Además, ese decreto veta los deberes en casa que necesiten pantallas, al menos sobre el papel.

La realidad no siempre encaja con la norma. Hay colegios públicos donde alumnos de 4º de Primaria tienen que hacer deberes de matemáticas desde casa en la plataforma digital Snappet, lo que, en la práctica, deja sin efecto la prohibición de deberes con pantallas. Y obliga a las familias a contar con tableta, ordenador o móvil, aunque no todos tengan el mismo acceso ni la misma calidad de conexión. La brecha digital se cuela por una puerta trasera.

Mientras las instituciones educativas van reculando en su entusiasmo por las pantallas, tanto en colegios como en universidades, algunos docentes están recuperando gestos que suenan a pasado, pero miran claramente al futuro del aprendizaje. Clay Shirky, por ejemplo, propone algo tan radical como sencillo: que los alumnos escriban sus trabajos y ensayos en clase, sin dispositivos, lejos de Google y de cualquier Inteligencia Artificial.

Shirky también defiende que vuelvan los exámenes orales al aula. Un examen oral obliga a explicar con tus palabras, ordenar ideas, escuchar las preguntas del profesor y ajustarte en tiempo real. Es justo el tipo de ejercicio que una IA no puede hacer por ti mientras tú miras el móvil. Ese modelo, que algunos llaman “universidad medieval”, se apoya en la oralidad y, sobre todo, en la escritura a mano.

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La idea de estudiar “como en la Edad Media” puede sonar exagerada, pero lo que hay detrás es muy actual: recuperar espacios donde el esfuerzo mental sea tuyo y no delegable. El uso responsable de la Inteligencia Artificial en educación pasa por marcarle límites claros dentro del aula y, sobre todo, dentro de tu propia forma de aprender. Y ahí entran en juego técnicas que quizá dabas por superadas, como escribir a mano o leer en voz alta.

Por qué leer en voz alta y escribir a mano mejoran el aprendizaje en plena era de IA

La neuroeducación lleva años estudiando cómo recuerdas mejor lo que aprendes. National Geographic ha recogido trabajos de la lingüista Naomi S. Baron, profesora emérita en la American University de Washington D.C., que apuntan en una dirección muy clara. Según Baron, la mayoría de estudios muestran que recuerdas mejor aquello que escribes a mano que lo que tecleas en un teclado.

Baron explica que el simple hecho de sujetar un lápiz o un bolígrafo y trazar letras en un papel activa procesos de memoria más profundos que pulsar teclas. No es nostalgia, es biología. Los movimientos más lentos y precisos, el tiempo que necesitas para escribir, te obligan a seleccionar mejor la información. Es un filtro natural contra el consumo rápido de datos que tanto alimenta la Inteligencia Artificial.

La profesora De Haro de San Mateo ha llevado estas ideas directamente al aula. En la asignatura de Historia de la Comunicación Social del Grado Bilingüe de Estudios de Comunicación y Medios pide a sus alumnos, al inicio de curso, un ejercicio muy concreto: realizar una viñeta a mano, en clase. Nada de iPads ni de herramientas de diseño, solo papel, bolígrafo y tiempo.

Al principio, esta actividad de dibujar una viñeta a mano sorprende a muchos estudiantes, que ya no ven la escritura manual como algo normal. Pero, con el paso de los cursos, la dinámica ha empezado a gustarles. Para poder hacer bien la viñeta, tienen que consultar fuentes previas, reflexionar sobre el mensaje, hablar entre ellos, sintetizar y, al final, escribir a mano lo que consideran más importante.

El objetivo de la profesora es claro: fomentar que vayas a las fuentes originales, que ejercites el pensamiento crítico y que no aceptes sin más lo que una máquina te ofrece en segundos. Ella subraya, apoyándose en la neuroeducación, que la escritura a mano ayuda a fijar mejor el conocimiento, y que tomar apuntes a mano, haciendo un esfuerzo de síntesis, favorece el aprendizaje de una forma que la pantalla no iguala.

Según su experiencia tras años de docencia, las nuevas generaciones ya no consideran natural escribir a mano. Muchos alumnos se extrañan cuando se les pide que saquen un cuaderno en vez de un portátil. Cuando se les explica el porqué y se mantiene esta práctica durante el curso, empiezan a notar que retienen mejor la materia y que participan de manera más activa en clase.

Cómo afecta el abuso de la Inteligencia Artificial al pensamiento crítico de los estudiantes universitarios

El impacto de la Inteligencia Artificial en la vida académica no se queda en el terreno de las anécdotas. Profesores como De Haro de San Mateo describen una tendencia clara: alumnos que saben qué ha pasado, porque han visto cientos de vídeos y publicaciones, pero que no profundizan en el porqué ni en las consecuencias. Una cultura de consumo rápido que choca frontalmente con la idea de universidad como lugar de reflexión.

La profesora, que también investiga en Historia de la Comunicación, habla de una generación formada en un entorno audiovisual, acrítico, en el que casi nadie relee un texto largo. Ese entorno encaja muy bien con el uso acrítico de la Inteligencia Artificial. Si estás acostumbrado a respuestas inmediatas, completas y bien redactadas, la tentación de copiar y pegar lo que la IA te entrega es enorme. Y cada vez que lo haces, entrenas menos tu propio criterio.

Ella no se declara enemiga de la tecnología. De hecho, reconoce su utilidad para ciertas tareas y para acceder a documentación que antes costaba mucho encontrar. Pero reclama límites claros. En sus clases apuesta por un modelo muy clásico: clase magistral, análisis de fuentes, debates cara a cara, trabajos elaborados sin dispositivos. Y una idea de fondo que repite a sus alumnos: aprender requiere esfuerzo, y nadie puede atravesar ese proceso por ti.

En ese enfoque, la Inteligencia Artificial solo tiene sentido cuando no sustituye tu pensamiento, sino que lo complementa. Puede ayudarte a organizar ideas, a buscar referencias, a practicar idiomas. Pero cuando le das la llave del trabajo entero, el precio que pagas es tu autonomía intelectual. “Si otros piensan y deciden siempre por ti, la libertad individual se va diluyendo sin ruido”, plantea la profesora en sus clases.

Lo relevante es que estas observaciones no nacen de un despacho aislado, sino de dos décadas de contacto directo con alumnos. Después de la pandemia de COVID-19, que obligó a la enseñanza virtual durante aproximadamente un curso y medio, De Haro de San Mateo ha detectado cambios interesantes en los estudiantes de 18 a 20 años que se sientan hoy en sus aulas.

Muchos llegan saturados de pantallas y valoran más lo presencial. Según relata, estos alumnos muestran un uso algo menor de dispositivos dentro del aula y parecen más conscientes de que lo experiencial tiene más valor que lo virtual. Agradecen que las clases sean “como siempre”, presenciales y tradicionales, incluso si eso exige más atención que seguir una explicación desde la pantalla del ordenador.

La profesora también recuerda que, en la enseñanza virtual, el docente nunca sabe realmente si el alumno está atendiendo, mirando Instagram o enviando WhatsApps. En el aula física, en cambio, puede percibir gestos, dudas, silencios y conversaciones. No generaliza: admite que no todos los alumnos reaccionan igual, pero que hay un grupo creciente que agradece ser “desconectado” de las pantallas durante el tiempo de clase.

Ese tiempo de aula, dice, quiere aprovecharlo para aprender de verdad, y para reivindicar la universidad como un lugar de encuentro y reflexión, no solo como una fábrica de créditos aprobados. En ese modelo, la Inteligencia Artificial puede estar en tu vida, pero no manda sobre tu forma de estudiar, ni marca el ritmo de tus capacidades de lectura, escritura y pensamiento crítico.

La pregunta que queda en el aire es qué viene ahora. A corto plazo, vas a seguir viendo nuevas herramientas de IA cada pocos meses, y la presión por ser “más eficiente” no va a aflojar. La señal a vigilar no está tanto en cuántas apps usas, sino en qué pasa con tu comprensión lectora y tu capacidad de concentración. Si notas que cada vez te cuesta más leer una página completa sin distracciones, ahí tienes el primer aviso.

Por eso, muchas de las medidas que hoy parecen antiguas —leer en voz alta, hacer exámenes orales, escribir a mano, trabajar sin dispositivos en el aula— pueden convertirse en tus mejores aliadas para sobrevivir a la saturación digital. No se trata de vivir como en la Edad Media, sino de rescatar lo que funcionaba: la atención sostenida, el esfuerzo personal y ese momento en el que entiendes algo porque lo has trabajado tú.

Si estudias en un entorno donde se combina tecnología con métodos tradicionales, vas a poder aprovechar lo bueno de la Inteligencia Artificial sin pagar el precio de perder tu pensamiento crítico. Leer en voz alta, escribir a mano y escuchar a otros en clase son gestos sencillos que refuerzan tu comprensión lectora y tu memoria, justo lo que las cifras del Informe PISA dicen que estamos perdiendo. Y, a medio plazo, esa puede ser la diferencia entre dejar que la IA piense por ti o usarla sin renunciar a tu propia voz.

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