José Ramón Jouve Martín, profesor en la Universidad McGill y autor de La manzana de Turing (Kairós, 2025), propone leer la inteligencia artificial desde la literatura y la filosofía. Según Jouve Martín, el “divorcio” entre ciencia y letras llega en el siglo XIX, cuando antes caminaban juntas. Si miras a Borges o a Karel Čapek, con R.U.R. (1921), encuentras paradojas sobre memoria y trabajo que hoy asociamos a la inteligencia artificial.
La visión social oscila entre la utopía y la distopía porque lo extraordinario se normaliza muy deprisa. “Lo que nos parecía asombroso hace un año, ahora lo vemos normal y cotidiano”, resume el profesor. Y hay un problema práctico: los modelos nuevos son más potentes, pero “alucinan” más. Es decir, dan respuestas inventadas con aplomo, justo cuando tú esperas precisión de la inteligencia artificial.
¿Por qué pasa? Porque las redes neuronales son, en palabras de Jouve Martín, un gran experimento en curso. No hay una teoría general que explique por qué emergen ciertas capacidades y, a diferencia de la relatividad, no tenemos la misma previsibilidad. Se prueba con capas, parámetros y métodos de entrenamiento, y no se controla del todo el resultado. Las tecnológicas confían en que escalar lleve a habilidades más complejas y quizá a la inteligencia artificial general.
Esa inteligencia artificial general (IAG) sería una máquina capaz de hacer todas las tareas cognitivas humanas igual o mejor. El cuándo, o incluso el si, sigue abierto. Hay expertos que creen que la mente se puede formalizar en algoritmos, y otros que la consideran irreductible. Entre tanto, modelos de OpenAI o Anthropic ya resuelven cuestiones a nivel de estudiante de doctorado en áreas concretas, pero con más “alucinaciones”, lo que alimenta la incertidumbre sobre la inteligencia artificial.
La literatura venía trabajando estos dilemas mucho antes. Shelley y Butler anticiparon miedos sobre creación y autonomía. Čapek reflexionó sobre capitalismo y robots inteligentes, y sobre el reemplazo humano en la fábrica. Borges habría gozado con las paradojas de la memoria y el archivo. Si retrocedes más, aparecen Hefesto y sus autómatas, Talos o Pandora: la idea de construir seres que interactúan contigo es tan antigua como tus mitos y tan actual como la inteligencia artificial.
Jouve Martín traza un canon occidental técnico con Alan Turing, Marvin Minsky, Geoff Hinton y Yann LeCun, y uno reflexivo con Weizenbaum, Nick Bostrom y Ray Kurzweil. Bostrom popularizó el “fabricador de clips” para alertar de objetivos mal definidos, y Kurzweil impulsó la idea de la singularidad. Entre el laboratorio y la filosofía, la inteligencia artificial avanza por prueba y error, y su impacto ya se nota en tu día a día.
También te puede interesar:El CEO de Klarna usa un avatar de IA para presentar resultados financierosEn economía, el relato triunfal convive con tropiezos. Varias empresas todavía no rentabilizan sus modelos, y a veces los sistemas rinden menos de lo esperado fuera del “demo”. Mientras tanto, el mundo físico resiste: seguimos sin “robots mayordomo” fiables que doblen tu ropa y frieguen la cocina. La inteligencia artificial brilla en lo virtual, pero le cuesta mover su inteligencia al entorno real con seguridad y coste razonable.
Ese hilo cultural explica por qué buscamos vínculos afectivos con chatbots. Ya pasó con la pelota de Náufrago o con la muñeca Olímpia de El hombre de arena. En 1966, ELIZA imitaba a un terapeuta y hubo usuarios que pidieron privacidad, convencidos de hablar con alguien real.
Joseph Weizenbaum avisó del riesgo de antropomorfizar. Con los grandes modelos de lenguaje, este fenómeno se amplifica y la pantalla sugiere intimidad aunque por dentro solo haya estadística. No extraña que alguien imagine “psicoanalistas para máquinas”.
Jouve se aleja del rechazo defensivo de ciertas humanidades. Usa su formación literaria y filosófica para leer la técnica y pide divulgar con contexto humano. La conversación pública sobre inteligencia artificial se mueve por emociones que saltan entre “nos quitarán el trabajo” y “curarán el cáncer”.
El debate sobre estudiantes y inteligencia artificial no prueba un “empeoramiento” generacional. La caída de lectura venía de antes. Ahora toca repensar métodos y evaluación. Hay quien teme que la IA borre el esfuerzo, y otros ven margen para liberar tiempo y pensar mejor. Para Jouve Martín, la IA no sustituye la educación, pero nos obliga a adaptarla a los nuevos retos y a enseñar su uso con criterio.
Si quieres orientarte en los próximos meses, hay señales a vigilar que te darán pistas sobre hacia dónde va la inteligencia artificial:
También te puede interesar:Informe Revela los Riesgos Ocultos de la IA en el Desarrollo Emocional AdolescenteCon todo, la lectura que propone Jouve Martín es clara: ni optimismo ciego ni miedo absoluto. Entiende qué hace realmente la inteligencia artificial, dónde falla y cómo integrarla en lo social, lo económico y lo cultural para que te ayude de verdad.
Directora de operaciones en GptZone. IT, especializada en inteligencia artificial. Me apasiona el desarrollo de soluciones tecnológicas y disfruto compartiendo mi conocimiento a través de contenido educativo. Desde GptZone, mi enfoque está en ayudar a empresas y profesionales a integrar la IA en sus procesos de forma accesible y práctica, siempre buscando simplificar lo complejo para que cualquiera pueda aprovechar el potencial de la tecnología.