Universal Music Group y Warner Music Group negocian acuerdos de licencia con empresas de IA que podrían cambiar cómo se usa y se paga la música. Las conversaciones están avanzadas en Estados Unidos, Reino Unido y Europa y abarcan desde grandes plataformas hasta startups.
En la mesa están ElevenLabs, Stability AI, Suno, Udio y Klay Vision, junto a tech como Google y Spotify. Estas majors gestionan a artistas como Taylor Swift, Kendrick Lamar, Charli XCX y Coldplay. Cerrar el acuerdo exige ajustar contratos pensados para otra era.
El objetivo es regular la generación de música con IA y el uso de material protegido para entrenar modelos. Si lo comparamos con la app móvil de streaming, la trampa está en la atribución precisa. Sin un sistema fiable, la música generada por inteligencia artificial se cuela sin crédito ni pago correcto, y eso rompe el equilibrio entre autores, intérpretes y productores.
Lo que se plantea es conocido, pero aplicado a otro contexto: un sistema de micropagos por cada uso que haga la IA. Igual que en el streaming, cada “reproducción” o generación dispararía un pago automático. En paralelo, las partes discuten tecnologías de identificación comparables al Content ID de YouTube para rastrear de forma automática y precisa quién suena y cuándo. Con todo, falta calibrar cómo valorar una obra si el modelo mezcla estilos y fragmentos en segundos.
Sony Music también negocia con un criterio claro: colaborar con modelos entrenados de forma ética y con beneficios directos para artistas y compositores. El alcance es global y ambicioso, porque lo firmado aquí podría servir como plantilla en otras regiones y, después, en otros sectores creativos que ya encaran música generada por inteligencia artificial y contenidos sintéticos.
Una cláusula gana enteros: la de “nación más favorecida”. Ya aparece en el acuerdo entre Kobalt y ElevenLabs y garantiza que cualquier mejora obtenida por otro titular se aplique a todos los representados. Si se extiende, va a reforzar transparencia y equilibrio contractual, y reducirá asimetrías cuando nuevas plataformas de IA pidan acceso a catálogos masivos.
También te puede interesar:OpenAI Presenta un Agente para Investigación ProfundaEl contexto legal aprieta. En junio, Universal, Warner y Sony demandaron a Udio y Suno por entrenar sus sistemas con grabaciones protegidas sin permiso. Es la otra cara del boom: la música generada por inteligencia artificial crece a gran velocidad y choca con marcos de derechos pensados para humanos. Según Deezer, el 28% de lo subido a su plataforma en 2024 proviene íntegramente de IA.
Las plataformas también mueven ficha. Spotify retiró 75 millones de canciones clasificadas como spam en 2024, muchas creadas de forma automatizada. Este dato ilustra la urgencia de un control fiable y pagos trazables. La verificación de cifras proviene de reportes corporativos y notas legales públicas contrastadas con registros judiciales y comunicados de empresa. “Sin trazabilidad, no hay pago justo”.
Las discográficas están facultadas por contrato para negociar en nombre de los artistas, y sería inviable consultar uno a uno sobre cada uso futuro. La presión por incluir salvaguardas de identidad artística crece. Aquí el reto es doble: fijar valor económico y preservar la autoría cuando la música generada por inteligencia artificial integra el legado previo en segundos.
El modelo que se baraja funciona en dos pasos. Primero, el sistema de IA etiqueta cada salida con metadatos de referencia, ya sea por coincidencia sonora o por estilo. Después, se liquida un micropago a titulares vinculados. Si lo piensas, es como un “royalty por evento” que se activa cada vez que generas, descargas o publicas una pista creada por IA.
Para que lo anterior funcione, hace falta un estándar similar a Content ID. Es decir, huellas digitales sólidas, reglas de coincidencia claras y un panel para corregir falsos positivos. Es la única forma de que la música generada por inteligencia artificial deje rastro útil: identificación, reparto y, cuando toque, bloqueo o retirada. Queda por definir cuánto paga una coincidencia parcial o un “estilo” sin copia literal.
La cláusula de “nación más favorecida” puede aliviar tensiones futuras. Si se generaliza, cualquier mejora en tarifas o controles de atribución se replicará a todo el colectivo, evitando negociaciones opacas. Esto atrae a startups serias, que quieren reglas estables para lanzar productos sin miedo a giros legales.
También te puede interesar:¿La IA nos Hace Más tontos?: El MIT Revela el Impacto Oculto de la IA en el AprendizajeY también conviene a los catálogos, que necesitan certidumbre para abrir acceso a música generada por inteligencia artificial en entornos comerciales.
Si ves esos tres movimientos, prepárate para una implementación gradual a escala global. El siguiente paso lógico sería clonar el marco a cine, voz sintética y, más tarde, a imagen, donde ya existe producción masiva con IA. Aquí, la música generada por inteligencia artificial actúa como banco de pruebas para todo el sector creativo.
En cualquier caso, el choque de intereses es evidente. Las discográficas quieren proteger ingreso y reputación de los artistas, y las tecnológicas buscan acceso amplio a catálogos para mejorar modelos y lanzar funciones nuevas.
La salida intermedia apunta a licencias amplias, micropagos por uso y auditorías técnicas. Un mal reparto podría disparar más litigios, justo cuando la música generada por inteligencia artificial ya está dentro del consumo diario.
También te puede interesar:Soluciones de Spotify Ante Problemas de Clonación y Contenido Generado por IADirectora de operaciones en GptZone. IT, especializada en inteligencia artificial. Me apasiona el desarrollo de soluciones tecnológicas y disfruto compartiendo mi conocimiento a través de contenido educativo. Desde GptZone, mi enfoque está en ayudar a empresas y profesionales a integrar la IA en sus procesos de forma accesible y práctica, siempre buscando simplificar lo complejo para que cualquiera pueda aprovechar el potencial de la tecnología.