Coca-Cola lanzó en diciembre su segundo anuncio navideño generado por IA, “Holidays Are Coming”, y la reacción fue mayoritariamente negativa en Instagram. En apenas dos días, la marca retiró la pieza tras acumular más de 40.000 comentarios críticos.
Por su parte, McDonald’s Holanda vivió una escena similar. Su campaña navideña con muñecos animados por IA fue descripta como salida de una película de terror. Más de 15.000 personas firmaron una petición para que la empresa volviera a anuncios tradicionales hechos por humanos, y la filial terminó levantando la campaña de TV y plataformas digitales.
“Las sonrisas no llegan a los ojos y los brazos se mueven como si estuvieran rotos”, resumió un comentario que se volvió emblema del malestar.
No obstante, lo más interesante no es la burla en redes. Es la pieza clave que revelan estos tropiezos: la IA puede fabricar imágenes “perfectas”, pero todavía falla en los microgestos que el cerebro humano usa como detector de autenticidad.
En otras palabras, el problema no es que la máquina “no sepa dibujar”. El problema es que no comprende el mecanismo emocional detrás de una sonrisa real, ni el cableado corporal que hace que un movimiento se vea natural y no inquietante.
La IA funciona como una central eléctrica que enciende luces correctas, pero todavía no regula bien los interruptores finos que dan calidez.
También te puede interesar:Coca-Cola Presenta un Anuncio Navideño Hecho con IA y Genera Polémica por su EstéticaEs decir, estos modelos usan generación (crear imágenes desde patrones aprendidos) y animación (dar movimiento cuadro a cuadro). En papel suena limpio. En pantalla aparecen los síntomas: objetos que se “teletransportan”, manos que cambian de forma y sonrisas que quedan fijas, como si alguien hubiera olvidado el paso final.
Sin embargo, ese paso final es el más humano de todos. Las personas no miran un anuncio como un render técnico. Lo miran como mirarían a alguien en la vereda: buscando intención, coherencia, emoción. Cuando ese engranaje se traba, aparece la “grima”.
Por su parte, varias agencias y directivos de marketing reconocieron que intentaron ahorrar costos usando IA. La oportunidad parecía clara: producir más rápido y más barato. No obstante, el resultado terminó siendo más caro.
Ambas compañías tuvieron que gastar millones extra para contratar equipos humanos de emergencia y rehacer campañas completas en pocas semanas. La tecnología ahorró una etapa, pero encendió otra: la del control de calidad emocional, que hoy sigue dependiendo de personas.
En otras palabras, la publicidad con IA está repitiendo un proceso que el cine ya vivió. A finales de los años noventa, la animación por ordenador prometía maravillas, pero muchos primeros intentos parecían experimentos fallidos que asustaban a los niños en lugar de entretenerlos.
Según ese paralelismo, Hollywood tardó cerca de diez años en lograr personajes digitales que se sintieran naturales y transmitieran emociones auténticas. No obstante, la publicidad no siempre tiene una década para aprender: tiene semanas.
La clave, hoy, es práctica: usar IA como herramienta y no como reemplazo total. Cuando el objetivo es conectar —no solo mostrar—, los creativos humanos vuelven a ser centrales para ajustar los interruptores que la máquina todavía no sabe calibrar.
Al final, el público no castigó la tecnología por existir. Castigó ese pequeño vacío emocional que se nota, como una luz demasiado fría en el living: ilumina todo, pero no abriga.

Directora de operaciones en GptZone. IT, especializada en inteligencia artificial. Me apasiona el desarrollo de soluciones tecnológicas y disfruto compartiendo mi conocimiento a través de contenido educativo. Desde GptZone, mi enfoque está en ayudar a empresas y profesionales a integrar la IA en sus procesos de forma accesible y práctica, siempre buscando simplificar lo complejo para que cualquiera pueda aprovechar el potencial de la tecnología.