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Copiar con la IA se Normaliza en la Universidad y Nadie Sabe cómo Pararlo

 | diciembre 19, 2025 18:44

En un examen de informática de la Universidad de Salamanca, el profesor Javier Blanco se paseó por el aula con unos simples auriculares. Los estudiantes pensaban que escuchaba música, pero en realidad estaba cazando una señal de radio concreta.

Lo que encontró, y la forma en que lo mostró a toda la clase, se ha convertido en uno de los casos más llamativos de cómo la inteligencia artificial y los pinganillos invisibles están cambiando los exámenes universitarios.

Aquel día, en plena prueba, alguien fuera del aula estaba dictando por teléfono las respuestas del examen. Dentro, un alumno las escuchaba con un nanopinganillo minúsculo, escondido junto al tímpano. Blanco conectó la señal que captaba con su detector casero a un altavoz y, de repente, toda la clase oyó las respuestas en voz alta. Nadie se delató, pero la historia no acabó ahí y el alcance del fraude resultó ser mayor.

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Tras revisar lo ocurrido, se supo que no había un único estudiante con pinganillo, sino tres. Ninguno reaccionó cuando las respuestas sonaron en el aula, lo que revela hasta qué punto algunos alumnos confían en que el sistema no pueda demostrar nada.

El dispositivo usado era un nanopinganillo del tamaño de la cabeza de un clavo. Se coloca dentro del oído, muy cerca del tímpano, y desde fuera resulta prácticamente invisible. Es tan pequeño que, para sacarlo, hace falta un imán que lo atraiga hacia la salida del conducto auditivo.

Estos pinganillos existen desde antes de la pandemia y se han ido perfeccionando. Suelen conectarse a un repetidor que va en el cuello, en un anillo o escondido en un bolígrafo. Algunos modelos incorporan micrófono, de modo que el estudiante no solo escucha, sino que también puede susurrar dudas al cómplice del otro lado del teléfono. Para los compañeros que sí estudian, es como competir contra alguien con un entrenador personal en el oído.

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En 2019, un grupo de profesores de la Universidad Politécnica de Valencia publicó un artículo científico en el que explicaba cómo construir un detector de estos pinganillos invisibles. Uno de los autores, el profesor Ismael Ripoll, cuenta que se alegró cuando supo que su trabajo había servido para algo muy concreto. “Es una de esas veces en que un artículo sale de la revista y entra en el aula”, resume en esa línea.

Ripoll y sus colegas llegaron a usar durante un tiempo su “detector de copiones”, aunque nunca pillaron a nadie in fraganti con estos auriculares nano. Su guía técnica quedó disponible y Javier Blanco se basó en ella para montar su propio sistema casero en Salamanca.

No es el único: en 2024, otro profesor de un instituto de Madrid replicó la idea y creó un detector similar para localizar pinganillos invisibles en sus exámenes.

Hoy, quien ayuda al alumno, no tiene por qué ser un experto. Un familiar o un amigo puede recibir una foto del examen por mensajería, subirla a ChatGPT u otra herramienta parecida y leerle las respuestas por teléfono al estudiante con pinganillo. La IA se encarga de resolver preguntas tipo test, problemas de programación o cuestiones teóricas, y reduce todavía más la barrera para copiar, incluso para quien apenas ha tocado el temario.

En redes sociales proliferan vídeos con millones de visualizaciones donde se enseña paso a paso cómo usar estos pinganillos en un examen. Se explica qué modelo comprar, cómo esconder el repetidor y hasta cómo moverte para que no se note. Es un manual de fraude a golpe de scroll. Uno de los modelos más citados, el Pingaoculto, se vende en Amazon por unos 42,99 euros, según el reportaje original en prensa.

Cómo los pinganillos con IA están cambiando los exámenes universitarios

El pinganillo no es el único dispositivo en juego. Cada vez aparecen más gafas, relojes y bolígrafos inteligentes capaces de mostrar información o comunicarse discretamente con el exterior. Aunque los móviles están formalmente prohibidos en los exámenes, en aulas grandes algunos estudiantes aún consiguen colarlos, esconderlos entre la ropa o jugar con ángulos muertos en la vigilancia.

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La inteligencia artificial ha dado un salto en otra dirección: antes, preparar material para copiar exigía tiempo, seleccionar contenidos, anticipar qué iba a entrar y aprender al menos lo básico. Ahora, un alumno puede confiar en que la IA resuelva en vivo muchas preguntas sin ese esfuerzo previo. Laura, responsable de lenguas en la Academia San Roque de Tenerife, cuenta que cada vez ve más alumnos que buscan “la solución rápida” y que incluso se pierden manejando ChatGPT.

Según Laura, hay estudiantes que piden a la IA “un resumen del resumen”, como si cualquier esfuerzo extra les sobrara. Esta actitud se junta con la facilidad técnica para copiar y crea un escenario preocupante: copiar no solo resulta más sencillo, sino que casi no exige preparación. La tecnología no explica todo; también pesa el tipo de sistema de notas y la presión por sacar la mejor calificación posible.

Uno de los problemas de fondo es que estos sistemas hacen posible aprobar exámenes complejos, e incluso completar títulos, sin adquirir de verdad las competencias del grado. Si comparamos a quien copia con pinganillos conectados a IA con el estudiante que se prepara el temario, la desigualdad es evidente. La cuestión no se queda en una nota aislada: influye en la competencia por becas, por plazas en másteres y por puestos en oposiciones donde la media académica cuenta.

Víctor Funcia, alumno del mismo grado de Salamanca, subraya un detalle revelador: la asignatura donde pillaron a los copiadores ni siquiera es de las más difíciles. Le sorprende que alguien arriesgue tanto en una materia que podría aprobar leyendo el temario con calma. Para él, el problema también está en que el sistema de calificaciones crea una especie de “clasificación individualista” que empuja a algunos a hacer cualquier cosa por subir unas décimas.

Funcia duda de que endurecer los castigos haga que la gente deje de copiar. Muchos estudiantes asumen que, si no les pillan, el riesgo compensa. Y si les pillan, la sanción no siempre da tanto miedo. La sensación que transmiten bastantes profesores es que, con la IA y los dispositivos invisibles, el juego se ha desajustado respecto a las reglas.

Qué sanciones hay ahora por copiar con IA y pinganillos en la universidad

La normativa universitaria española, actualizada en 2023, considera copiar en un examen una falta grave. Sobre el papel, las sanciones suenan serias: se puede suspender al estudiante en dos convocatorias de esa asignatura en el mismo año y expulsarlo hasta 30 días de la universidad. El problema está en los detalles prácticos y en cómo encajan con un fraude tan sofisticado y difícil de probar.

Incluso si se aplica la sanción máxima, si durante esos 30 días hay un examen, el estudiante puede presentarse igual. Esto reduce bastante el efecto disuasorio real. Rodrigo Santamaría, también de la Universidad de Salamanca, llega a decir que la penalización es “nula” y que los docentes están “vendidos”, porque si un estudiante quiere copiar y tiene medio para hacerlo, es muy complicado pararlo o demostrarlo de forma sólida.

El sistema disciplinario se topa con una dificultad casi diaria: detectar y probar el uso de pinganillos, gafas conectadas o relojes avanzados. José Ángel Contreras, responsable del servicio de Inspección de la Universidad de Burgos, cuenta que, cuando se sospecha que alguien lleva un pinganillo, el alumno suele negarlo y reta al profesor a demostrarlo. Sin un detector específico o una grabación clara, todo queda en una sensación, y eso no basta para abrir un expediente serio.

Varias universidades admiten, en conversaciones con medios, que el problema probablemente es más frecuente que lo que muestran las cifras oficiales de expedientes. El fenómeno es muy reciente, el uso de IA se ha disparado en apenas dos o tres cursos, y muchas situaciones quedan en simple sospecha. Detectar pinganillos o tramas con ChatGPT exige equipamiento, formación y tiempo, tres recursos que no siempre sobran en los campus.

El fraude tecnológico en exámenes tampoco se limita a España. En la Universidad de Padua, en Italia, un alumno de Medicina denunció que dos compañeros usaron unas gafas Meta para buscar respuestas durante una prueba. Según su relato, cuando avisaron al tribunal examinador de lo que estaba pasando, los profesores optaron por no intervenir. Ese tipo de respuesta alimenta la idea de que las normas no están preparadas para estos casos.

Un dato que ilustra la tensión es que, mientras algunos docentes se ponen creativos con detectores caseros, otros plantean soluciones mucho más drásticas. José Juan López, vicerrector de estudiantes de la Universidad Miguel Hernández, en Elche, define la situación como “un problemón” y sostiene que la única medida inmediata y realmente efectiva sería recurrir a inhibidores de frecuencia para bloquear todo tipo de comunicaciones durante los exámenes.

Los inhibidores de frecuencia, sin embargo, son ilegales para las universidades en España. Solo la policía puede utilizarlos, y su uso está muy controlado. López cuenta que llegó a comentar esta idea en una comida con el ministro responsable, pero que el ministro evitó posicionarse sobre el tema. Muchos equipos de gobierno universitario miran a ese tipo de soluciones técnicas como algo que, al menos, pondría un freno temporal mientras se piensa un modelo de evaluación diferente.

Detrás de este debate hay una convicción que se repite: el avance de la tecnología es imparable, y cada año aparecen dispositivos más discretos, con más autonomía y conectados a sistemas de IA aún más potentes. Mientras las sanciones sigan desfasadas y los exámenes se basen casi solo en memorizar y repetir, la tentación de usar pinganillos conectados a ChatGPT seguirá ahí.

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