Si enciendes la luz en tu casa en Estados Unidos, la inteligencia artificial ya empieza a estar, aunque no la veas, al otro lado del interruptor. Un grupo de senadores del país ha puesto sobre la mesa una incómoda pregunta: ¿quién paga realmente la factura eléctrica del boom de la IA que manejan gigantes como Google, Microsoft, Amazon o Meta?
Las cartas han salido del Senado en Washington en las últimas semanas y van dirigidas a las grandes tecnológicas que están levantando enormes centros de datos por todo el país. Esos edificios, llenos de servidores, son los que alimentan los modelos de inteligencia artificial que tú usas cuando pides algo a un chatbot, generas una imagen o traduces un texto en segundos.

La iniciativa la lideran nombres muy conocidos en la política estadounidense: Elizabeth Warren, senadora por Massachusetts, junto a Chris Van Hollen (Maryland) y Richard Blumenthal (Connecticut). En sus cartas, señalan el fuerte aumento de capacidad de los centros de datos y piden explicaciones claras a cada empresa sobre su consumo eléctrico, sus previsiones de crecimiento y el impacto que eso puede tener en la factura de hogares y pequeños negocios.
Lo que les preocupa no es solo el tamaño de estos centros de datos, sino la velocidad. En apenas unos años, el uso masivo de inteligencia artificial ha disparado la demanda de potencia, y las eléctricas están reaccionando con planes de inversión enormes. Los senadores recuerdan que esas compañías de energía tienen que gastar miles de millones de dólares en reforzar y modernizar la red.
El problema, según señalan, llega en el siguiente paso: los costes de esas inversiones suelen trasladarse a los usuarios a través de las tarifas eléctricas. Es decir, aunque el centro de datos esté a cientos de kilómetros de tu salón, parte del esfuerzo económico para mantenerlo encendido podría terminar en tu recibo de la luz. Y eso abre una brecha muy clara entre quién se lleva los beneficios económicos del auge de la IA y quién asume el esfuerzo.
Los senadores temen que las ganancias se concentren en las grandes tecnológicas, mientras una parte significativa de los costes recaiga sobre ciudadanos y pequeñas empresas que, en muchos casos, ni siquiera usan de forma directa los servicios de inteligencia artificial que consumen tanta energía. Las compañías se defienden y aseguran que asumirán su parte de la factura energética asociada a la IA.
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En algunos estados, gigantes como Google, Microsoft, Amazon o Meta ya han cerrado acuerdos específicos con las compañías eléctricas para gestionar el aumento de consumo. Esos pactos suelen incluir tarifas a medida, compromisos de consumo a largo plazo y, a veces, inversiones conjuntas en nuevas líneas o en generación renovable.
La trampa está en la confidencialidad. Los contratos entre centros de datos y eléctricas suelen ser secretos, y eso impide saber con precisión cómo influye la expansión de la inteligencia artificial en el aumento real de la factura eléctrica. Sin acceso a esos documentos, ni reguladores ni ciudadanos pueden comprobar si las tecnológicas están pagando un precio justo por la energía o si parte del coste se diluye en las tarifas generales.
Esta falta de transparencia es uno de los puntos centrales de las cartas del Senado. Los legisladores piden más información sobre los términos de esos contratos, los descuentos negociados y las previsiones de consumo a varios años vista. Como resume una de las misivas recogidas en medios estadounidenses, "no podemos pedir sacrificios a los hogares mientras ignoramos el impacto de proyectos de consumo masivo como los centros de datos de IA".
En paralelo a este debate, los precios de la electricidad en Estados Unidos ya muestran tensión. Según la Agencia de Información Energética del país, el coste medio de la electricidad para una vivienda tipo subió un 7 % en septiembre respecto al mismo mes del año anterior. Son datos oficiales con unidad y fecha concreta, y sirven a los senadores para sostener que la factura está creciendo justo cuando la inteligencia artificial despega con más fuerza.
Con todo, los legisladores reconocen que el encarecimiento de la energía no tiene una sola causa. La sustitución de centrales antiguas por plantas más modernas, la adaptación de la red a fenómenos meteorológicos extremos y la propia transición energética hacia fuentes menos contaminantes empujan los costes al alza. Señalan que los centros de datos se han convertido en un foco especialmente sensible del debate público por la rapidez con la que aumenta su consumo eléctrico.
Durante casi dos décadas, la demanda de electricidad en Estados Unidos se mantuvo relativamente estable. No crecía al ritmo de los años noventa, y eso permitió a las compañías eléctricas planificar sin grandes sobresaltos. Ese escenario se ha roto. El consumo vuelve a aumentar y las previsiones oficiales apuntan a una aceleración clara en los próximos años, vinculada en buena parte a la expansión de la inteligencia artificial y los servicios en la nube que la acompañan.
También te puede interesar:¿La IA nos Hace Más tontos?: El MIT Revela el Impacto Oculto de la IA en el AprendizajeLas cifras que manejan las agencias federales ilustran por qué los senadores han decidido moverse ahora. En 2023, los grandes centros de datos ya consumieron más del 4 % de toda la electricidad de Estados Unidos. No es una proporción menor si piensas en todos los usos que compiten por esa misma energía: hogares, industrias, transportes y servicios públicos.
Lo que realmente inquieta es la proyección. Estimaciones oficiales señalan que el consumo de los grandes centros de datos podría llegar hasta el 12 % de la electricidad total del país en apenas tres años. Eso implicaría triplicar su peso en un periodo muy corto, con buena parte del crecimiento atribuida a la expansión de la inteligencia artificial generativa, los modelos de lenguaje y las aplicaciones que están entrando en empresas, educación y ocio.
Si lo comparas con la app del móvil que usas sin pensar en lo que hay detrás, te das cuenta de la paradoja: cuanto más fácil te resulta pedir un resumen de un texto o generar una imagen, más compleja y exigente se vuelve la infraestructura eléctrica que sostiene esa comodidad. Y si esa infraestructura se encarece, la tensión sobre el precio final de la electricidad se hace casi inevitable.
Las grandes tecnológicas intentan mostrar que no miran hacia otro lado. Hablan de asumir su “parte justa” de los costes energéticos de la inteligencia artificial y destacan proyectos para aumentar la eficiencia de sus centros de datos o contrataciones de energía renovable. Los senadores quieren cifras concretas, no solo promesas, y buscan saber cuánta de esa inversión recae realmente sobre las cuentas de las empresas y cuánta termina sumándose a la tarifa de los consumidores.
En medio de este pulso, la Casa Blanca ha movido ficha. El presidente Donald Trump ha firmado una orden ejecutiva para acelerar el desarrollo de la inteligencia artificial en Estados Unidos. Ese texto impulsa la implantación de la IA en diferentes sectores económicos y limita, al mismo tiempo, la capacidad de los estados para frenar o regular su avance mediante leyes propias más restrictivas.

Esta tensión entre impulso tecnológico y control del impacto energético ya se ha visto en otros debates, como el despliegue de criptominería o de grandes plantas industriales. La novedad es que ahora el foco está en la inteligencia artificial, una tecnología que promete productividad, nuevos servicios digitales y empleos de alto valor, pero que viene acompañada de un consumo eléctrico que no deja de crecer y de una factura que alguien tiene que pagar.
Los datos de consumo, las previsiones oficiales y las cartas del Senado trazan un escenario claro: la inteligencia artificial ya no es solo una cuestión de algoritmos y software, también es una cuestión de red eléctrica y de precios para el usuario final. Si en los próximos tres años el peso de los centros de datos llega cerca de ese 12 % previsto, el debate sobre quién sostiene el coste de la IA va a intensificarse y tú vas a poder verlo reflejado, línea a línea, en tu próximo recibo de la luz.

Directora de operaciones en GptZone. IT, especializada en inteligencia artificial. Me apasiona el desarrollo de soluciones tecnológicas y disfruto compartiendo mi conocimiento a través de contenido educativo. Desde GptZone, mi enfoque está en ayudar a empresas y profesionales a integrar la IA en sus procesos de forma accesible y práctica, siempre buscando simplificar lo complejo para que cualquiera pueda aprovechar el potencial de la tecnología.