Cuando escuchas que la inteligencia artificial te va a regalar más horas libres, suena casi a promesa de ciencia ficción. Pero lo que Bill Gates, Elon Musk y el Nobel de Física Giorgio Parisi están diciendo sobre la IA y el futuro del trabajo va bastante más lejos que una simple reducción de jornada. La parte inquietante llega cuando preguntas quién se queda con todo lo que producen las máquinas.
La discusión no es nueva. Hace años que Bill Gates avisó de que los robots y los sistemas de IA se llevarían una gran cantidad de empleos en casi todos los países desarrollados. Elon Musk, desde Silicon Valley, ha repetido la idea de que podrías llegar a vivir en un mundo donde trabajar sea casi opcional para muchas personas.

Esa pieza la está poniendo el físico italiano Giorgio Parisi, premio Nobel en 2021 por sus estudios sobre sistemas complejos en Roma. Parisi no mira la inteligencia artificial como una simple herramienta, sino como una fuerza que puede reorganizar un sistema entero, igual que hace en física cuando analiza cómo se comportan miles de partículas a la vez. Y justo ahí aparece su advertencia sobre el trabajo y el tiempo libre.
Lo que propone Parisi es que te imagines la economía como un sistema con millones de “partículas”, que en este caso somos las personas que trabajamos, las empresas y las máquinas. Cuando entra una tecnología muy potente, como la inteligencia artificial, no solo cambia algunas tareas, sino que empuja a todo el sistema a una nueva forma de equilibrio. Ese nuevo equilibrio no se parece en nada al que conocemos hoy.
En uno de los escenarios que estudia, la inteligencia artificial dispara tanto la productividad que ya no hace falta una gran masa de trabajadores para que la sociedad funcione. Con una minoría de personas gestionando sistemas de IA muy avanzados, podrías sostener casi todas las funciones básicas. Eso incluye desde la logística que mueve los paquetes hasta la energía que llega a tu casa.
Esa misma lógica se extiende a la administración pública, la sanidad y hasta a las industrias creativas que hoy están empezando a usar modelos generativos. Parisi plantea que vas a poder tener hospitales, oficinas de atención al ciudadano o redacciones de medios funcionando con muy pocas personas al mando, mientras algoritmos y robots se encargan del resto del trabajo invisible.
También te puede interesar:Aunque Prometen que la IA no Quitará Trabajos, Estas 5 Habilidades Decidirán Quién SobreviveLa cara amable de ese escenario es fácil de imaginar: una sociedad con mucho más tiempo libre, con menos horas en la oficina y, en teoría, más espacio para ocio, formación o cuidados. Pero la trampa está en que, si casi todo el trabajo lo hacen las máquinas, la cantidad de empleo tradicional disponible para la mayoría se desploma. Es decir, hay más tiempo, sí, pero también una enorme parte de la población sin un puesto estable.
Parisi lo explica con el mismo lenguaje que usa en física: si una fuerza domina el sistema, el sistema entero se reorganiza alrededor de ella. En este caso, la fuerza dominante sería la inteligencia artificial. Ya no se trata solo de reemplazar a un cajero o a un administrativo, sino de cambiar la propia idea de lo que significa “tener trabajo” en una economía que gira en torno a sistemas automatizados.

Piensa en los supermercados que ya tienen plantillas mínimas. Ves muchas cajas de autopago, sensores que controlan el inventario en tiempo real y sistemas de gestión que deciden cuándo hay que reponer un producto. Ahí la inteligencia artificial ya está ocupando procesos de cobro, reposición y organización diaria, y solo unos pocos trabajadores vigilan que nada se salga de lo previsto.
Lo mismo empieza a pasar en hospitales donde la IA ayuda a decidir qué paciente debe ser atendido antes, qué pruebas tienen prioridad o cómo se reparten camas y quirófanos. En esos centros, algunos programas analizan historiales médicos y generan recomendaciones que los médicos revisan, pero el filtro inicial ya no lo hace una persona, sino un algoritmo entrenado con millones de datos.
En los medios de comunicación la escena también se repite. Cada vez hay más empresas que funcionan con muy pocos editores humanos apoyados por motores de generación de contenido. La inteligencia artificial escribe borradores, propone titulares, selecciona imágenes y ordena temas, mientras una pequeña redacción corrige, ajusta y firma. Este modelo reduce costes, incrementa la producción diaria y cambia de raíz cómo se reparte el trabajo dentro del sector.
Si juntamos estos ejemplos, se ve mejor el marco que plantea Parisi. No es solo que la inteligencia artificial te quite algunos empleos, es que, si las tendencias actuales siguen, podrías acabar en una economía donde una pequeña élite técnica, más los dueños de las grandes plataformas, controlan la mayor parte del valor generado. Y aquí aparece el dilema que lo engancha todo.
También te puede interesar:Aunque el CV Era la Base del Empleo, la IA lo ha Dejado ObsoletoLa pregunta clave es sencilla de formular y muy difícil de responder: si las máquinas realizan gran parte del trabajo, quién se queda con la riqueza que producen. Parisi insiste en que, sin una redistribución clara de esos beneficios, las matemáticas del sistema llevan a una sociedad inestable, con grandes diferencias de renta y tensión social creciente.
Esa preocupación conecta con lo que llevan años comentando Musk y Gates, aunque cada uno use un enfoque diferente. Elon Musk suele ir al extremo y ha planteado la posibilidad de unos ingresos universales elevados que permitan a la población vivir con dignidad incluso si la inteligencia artificial deja a millones de personas sin empleo clásico. Su idea es que el trabajo se convierta en algo más cercano a una elección personal.
Bill Gates, en cambio, propone usar la misma lógica que ya aplicamos a los impuestos sobre el trabajo humano. Si un robot o un sistema de IA hace tareas que antes hacía una persona, entonces ese “robot” debería pagar impuestos, o mejor dicho, su propietario. Con esos ingresos adicionales, el Estado podría sostener sistemas de protección social más fuertes y ayudar a quienes queden fuera del mercado laboral.
Parisi se mantiene en otra posición. No se compromete con una receta concreta, pero deja claro que, si no se reescriben las reglas económicas y sociales, el propio funcionamiento del sistema lleva al desorden. En una de sus intervenciones recientes, resumía la idea así: “Si una minoría controla el capital y las máquinas, la mayoría solo conserva el tiempo libre, pero no la seguridad”.
Para llegar a estas conclusiones, Parisi aplica al mercado laboral las mismas herramientas con las que estudia fenómenos complejos en física. Trabaja con modelos matemáticos que simulan qué ocurre cuando introduces una tecnología capaz de multiplicar la productividad por varios factores en un periodo de tiempo relativamente corto, como podría pasar si la inteligencia artificial generativa sigue mejorando al ritmo actual de 2024.
En esos modelos, una vez que la IA supera cierto umbral de eficiencia y adopción, el sistema ya no vuelve al punto anterior. El resultado típico es una fuerte concentración: unos pocos operadores y empresas gestionan redes automáticas de logística, energía, administración, sanidad y creación de contenido. Y aunque la sociedad funcione, la cantidad de personas necesarias para hacerla funcionar se reduce mucho.
La automatización intensiva que ya ves en supermercados, hospitales o medios es solo una versión temprana de ese escenario. Hoy aún se necesitan bastantes trabajadores para corregir errores de la IA, tratar con clientes difíciles o tomar decisiones críticas. Pero si los modelos mejoran, cada profesional humano va a poder supervisar más procesos a la vez, y a la larga eso suele traducirse en menos puestos disponibles.
Los datos que manejan consultoras y organismos públicos apuntan en la misma dirección. Estudios recientes en Europa estiman que, de aquí a 2030, decenas de millones de empleos verán automatizada una parte importante de sus tareas. No significa que desaparezcan todos, pero la presión para reducir plantilla y aumentar el peso de la inteligencia artificial ya está claramente en los planes de muchas grandes empresas.
A partir de aquí se abren varios caminos posibles. En el escenario optimista, los países acuerdan a tiempo nuevas reglas fiscales y laborales, inspiradas en ideas como las de Musk y Gates, y usan la inteligencia artificial para reducir jornada y mejorar servicios públicos. En ese mundo, vas a poder disfrutar de más tiempo libre sin perder estabilidad económica.
En el escenario pesimista, cada empresa adopta la IA solo para recortar costes y aumentar beneficios, sin cambios de fondo en cómo se reparte esa riqueza. Entonces la advertencia de Parisi se vuelve literal: una minoría opera sistemas automatizados que mantienen la sociedad en marcha y una mayoría se queda en la periferia del mercado laboral. Esa combinación de abundancia tecnológica y precariedad vital es la que sus modelos marcan como inestable.
También hay una vía intermedia, en la que los ajustes llegan tarde y a trompicones. Verías protestas recurrentes, reformas parciales de impuestos y ayudas, y mucha gente encadenando trabajos temporales mientras la IA se consolida. Parisi insiste en que la ventana de tiempo para reaccionar no es eterna, y que las decisiones de esta década marcarán el tipo de equilibrio al que llegará el sistema.

Directora de operaciones en GptZone. IT, especializada en inteligencia artificial. Me apasiona el desarrollo de soluciones tecnológicas y disfruto compartiendo mi conocimiento a través de contenido educativo. Desde GptZone, mi enfoque está en ayudar a empresas y profesionales a integrar la IA en sus procesos de forma accesible y práctica, siempre buscando simplificar lo complejo para que cualquiera pueda aprovechar el potencial de la tecnología.