El gran negocio de la inteligencia artificial se sostiene sobre una cifra que da vértigo: 650.000 millones de dólares al año de aquí a 2030. Es el cálculo de JPMorgan para que las grandes empresas de IA logren un retorno “decente” sobre lo que ya están gastando en centros de datos, chips y energía. El detalle que falta es quién va a pagar esa factura sin que el castillo de naipes se venga abajo.
El banco estadounidense pone fecha y contexto. Habla de 2030 y de un sector donde compañías como OpenAI, Google, Microsoft o Meta están invirtiendo cantidades históricas en infraestructura para modelos generativos. Según JPMorgan, para lograr un 10% de retorno sobre ese gasto de capital, el conjunto de empresas de IA tendría que ingresar cada año unos 650.000 millones de dólares.

Si se traduce esa cifra a usuarios, la estimación equivale, como referencia, a que los 1.400 millones de personas que usan un iPhone en el mundo pagasen de media unos 400 dólares anuales por servicios de inteligencia artificial. Es decir, como contratar otra suscripción tipo Netflix o Spotify, pero solo para IA y para casi todo el planeta móvil. JPMorgan ve ese escenario posible, aun así lo considera lejos de garantizado.
El problema es que hoy el comportamiento real de los usuarios va por otro camino. Menlo Ventures calcula que unas 1.800 millones de personas usan ya alguna herramienta de inteligencia artificial, desde asistentes de escritura hasta generadores de imágenes. Pero solo un 3% de esa base, unos 54 millones de personas, paga alguna suscripción de IA.
Este contraste abre una duda incómoda: ¿hay de verdad un mercado de masas dispuesto a pagar tanto por la mejor inteligencia artificial? La distancia entre el uso gratuito y el pago, por ahora, es muy grande y las empresas del sector intentan cerrarla a marchas forzadas con nuevos planes, funciones premium y modelos de negocio híbridos. Ahí es donde entra ChatGPT como caso de prueba mundial.
OpenAI, que opera uno de los servicios de IA más conocidos, proyecta para 2030 una base de unos 2.600 millones de usuarios semanales de ChatGPT. De ellos, espera que el 8,5% se conviertan en clientes de pago, lo que serían alrededor de 220 millones de suscriptores. Una cifra enorme en el presente, pero aun así puede quedarse corta frente a las expectativas de rentabilidad que exige el dinero invertido.
También te puede interesar:El CEO de Klarna usa un avatar de IA para presentar resultados financierosEn ese futuro, además, se da por hecho que los planes de precios de ChatGPT serán distintos a los actuales. Podrían existir suscripciones más caras para empresas, paquetes familiares, tarifas por uso o incluso modelos por niveles de calidad de la IA. Muchos analistas son escépticos sobre si, incluso con unos 220 millones de clientes de pago, OpenAI va a poder sostener los márgenes que el mercado espera.
Ahí aparece una segunda pata del negocio que hasta hace poco se quería evitar: la publicidad. Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, llegó a decir que los anuncios serían el “último recurso” para monetizar la inteligencia artificial. Pero los datos más recientes apuntan a que los anuncios están a punto de integrarse en la experiencia de uso de ChatGPT, lo que acerca su lógica a la de los grandes servicios freemium que ya conoces.
La idea es sencilla: una enorme mayoría de usuarios va a poder seguir usando IA gratis, pero viendo anuncios integrados en las respuestas, en las recomendaciones o en módulos especiales. Una minoría pagará para eliminar esa publicidad y desbloquear funciones extra. El resultado, si todo sale como planean las compañías de IA, es que los ingresos vendrán de la mezcla de cuotas mensuales y de marcas dispuestas a pagar por aparecer en un entorno “inteligente”.
Si lo comparas con lo que ya pasa en otros negocios digitales, la apuesta no es tan extraña. Apple suma alrededor de 1.000 millones de suscripciones activas a sus servicios, entre iCloud, Apple Music, Apple TV+ y compañía. Netflix ronda los 300 millones de suscriptores de streaming, Spotify está en torno a los 280 millones de clientes de pago y Google acumula unos 150 millones solo en Google One. Hay millones de personas que ya pagan por servicios en la nube, series y música.
Estas cifras muestran algo clave para entender el futuro de la inteligencia artificial: sí existe un mercado global de usuarios dispuestos a sacar la tarjeta todos los meses si sienten que lo que reciben es útil o entretenido. La gran pregunta es si la IA acabará siendo percibida como una herramienta imprescindible, casi como la conexión a internet, o como otro servicio más que compite por un hueco en tu presupuesto mensual.
Las empresas de IA juegan con la expectativa de que su tecnología sea tan valiosa en tu día a día que pagar por ella te parezca lógico. Piensan en asistentes que redactan correos, preparan presentaciones, traducen documentos, hacen de profesor particular para tus hijos y revisan contratos. Si esa promesa se cumple, el salto desde los 54 millones de suscriptores actuales a cientos de millones o miles de millones podría ser gradual, pero posible.
También te puede interesar:Informe Revela los Riesgos Ocultos de la IA en el Desarrollo Emocional AdolescenteSi miras los últimos años, las recesiones se han vuelto menos frecuentes y, cuando llegan, muchas son más cortas de lo que temían los pronósticos iniciales. La exposición al riesgo ahora es enorme porque mucha más gente tiene parte de su patrimonio invertido en bolsa. En Estados Unidos, las acciones representan hoy alrededor del 21% de la riqueza de los hogares, un porcentaje superior al que se vio en plena burbuja puntocom a comienzos de los 2000.

La conexión con la inteligencia artificial llega por la vía de las valoraciones bursátiles. Según el análisis recogido por The Economist, la inversión en empresas de IA explica aproximadamente la mitad del aumento del patrimonio en acciones de los hogares estadounidenses durante el último año. Esto quiere decir que una parte muy grande del “dinero nuevo” que la gente siente que tiene proviene de subidas de valor en compañías ligadas a la IA.
Si la burbuja de la IA estallase con una dinámica similar a la de las puntocom, The Economist calcula que el patrimonio neto de los hogares estadounidenses podría caer en torno a un 8%. Esa caída no sería solo una cifra en una pantalla: un golpe así sobre la riqueza percibida suele traducirse en menos consumo, menos compras grandes y más prudencia con el gasto en general.
Los modelos económicos que maneja la revista apuntan a que una reducción de esa magnitud en la riqueza de los hogares podría recortar el PIB de Estados Unidos alrededor de un 1,6%. Esa cifra, que puede sonar pequeña, bastaría para llevar a la economía estadounidense a una recesión técnica. Es decir, menos crecimiento, más incertidumbre en el empleo y más presión sobre empresas muy expuestas al consumo.
Hay un matiz importante si comparas este posible pinchazo con el de las puntocom. En este caso, el problema estaría más concentrado en los mercados financieros que en el sistema bancario o en la economía real desde el primer momento. Eso daría a bancos centrales y gobiernos más margen de maniobra. Podrían reaccionar recortando tipos de interés para abaratar el crédito y estimular la demanda interna.
Una bajada de tipos sería, en teoría, positiva para reactivar el consumo y sostener parte del empleo si la burbuja de la IA se desinfla de golpe. Pero también generaría tensiones en países más endeudados o con monedas frágiles, que verían cómo se mueven los flujos de capital y cómo se encarece mantener sus deudas. La respuesta de la Reserva Federal o del Banco Central Europeo no se produciría en el vacío.
El impacto no se quedaría en los mercados. Una caída fuerte en el gasto de los consumidores estadounidenses reduciría la demanda de bienes importados. Eso significa un déficit comercial más bajo para Estados Unidos, pero complica la vida a muchos países que dependen de venderle productos, especialmente a una economía ya presionada como la china. Y aquí arranca otra cadena de efectos.
China ya sufre un problema de exceso de capacidad industrial en varios sectores: produce más de lo que puede vender cómodamente en casa y en el exterior. Si, por una caída del consumo en Estados Unidos vinculada a la inteligencia artificial, exporta menos al mercado norteamericano, lo más probable es que trate de colocar esa producción sobrante en otros destinos. La forma obvia sería inundar mercados de Europa y Asia con sus productos.
Un aumento rápido de importaciones baratas procedentes de China pondría contra las cuerdas a muchas industrias locales en la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y otros países. Frente a esa presión, los gobiernos tienen varias palancas conocidas: subir aranceles, levantar barreras regulatorias o imponer cuotas. Es decir, respuestas proteccionistas que ya hemos visto en otras crisis, pero esta vez ligadas al estallido de una burbuja de inteligencia artificial.
El riesgo es que se desencadene una reconfiguración dolorosa del comercio global, con bloques que se cierran más sobre sí mismos y cadenas de suministro que se redibujan a golpe de medida defensiva. Los reguladores financieros y los bancos centrales están relativamente preparados para gestionar una corrección bursátil, pero, como recuerda The Economist, el mundo no lo está tanto para las derivadas económicas y geopolíticas de segundo orden que podrían seguir a esa caída.
Todo esto vuelve al punto de partida: el negocio de la inteligencia artificial necesita que fluyan unos 650.000 millones de dólares al año para sostener la infraestructura y justificar la inversión, y aún no está claro quién los va a poner sobre la mesa. Hoy una parte de esos ingresos vendrá de suscripciones, otra de publicidad y otra de empresas que paguen por integrarla en sus procesos, pero la distancia entre el entusiasmo bursátil y lo que los usuarios están dispuestos a pagar sigue siendo amplia.
El margen de maniobra existe: si la inteligencia artificial llega a ser tan útil en tu vida diaria como prometen sus defensores, una parte relevante de esos 650.000 millones podría materializarse sin un estallido traumático de la burbuja, y el sector de la IA pasaría de promesa inflada a infraestructura básica de la economía digital.

Directora de operaciones en GptZone. IT, especializada en inteligencia artificial. Me apasiona el desarrollo de soluciones tecnológicas y disfruto compartiendo mi conocimiento a través de contenido educativo. Desde GptZone, mi enfoque está en ayudar a empresas y profesionales a integrar la IA en sus procesos de forma accesible y práctica, siempre buscando simplificar lo complejo para que cualquiera pueda aprovechar el potencial de la tecnología.