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Radiadores a -270 Grados y Sol Casi Infinito: Por Qué el Centro de Datos Espacial de IA Tiene Sentido

 | diciembre 26, 2025 05:53

¿Alguna vez te preguntaste por qué, de repente, aparecen centros de datos donde antes solo había campo, como si fueran nuevos “galpones” de la era digital? No es un capricho estético. Es la misma presión que sentís cuando en casa todo depende de enchufes, Wi‑Fi y cargadores, pero el tablero eléctrico ya no da más.

Sin embargo, el hallazgo que hoy se discute en Silicon Valley va un paso más allá: no se trata solo de construir más, sino de mover el problema a otro lugar. La idea de llevar centros de datos al espacio ya no es ciencia ficción. Se volvió un plan en estudio, con nombres propios detrás.

El Impacto Real de la Inteligencia Artificial en el Consumo Energético Global

Por su parte, el investigador Phil Metzger, de la Universidad de Florida Central y exmiembro de la NASA, lo plantea sin rodeos: operar servidores de inteligencia artificial en órbita podría volverse económicamente viable “quizá en una década”. Es decir, el espacio empieza a verse como una oportunidad real, no como un póster futurista.

“Los servidores de IA en órbita” podrían ser “el primer caso de negocio real” que abra la puerta a más proyectos, señala Metzger.

No obstante, para entender el mecanismo conviene pensar en una cocina, no en un cohete. Un centro de datos es como un edificio lleno de hornos prendidos todo el día. Cada “horno” es un servidor que procesa IA. Y la IA, en su versión moderna, no solo consume electricidad: también produce calor, como si alguien hubiera dejado todas las hornallas al máximo.

En otras palabras, el engranaje que hoy se traba en la Tierra no es únicamente tecnológico. Es de infraestructura. En muchos lugares, el cuello de botella está en conseguir energía, permisos y refrigeración. Por eso se ven centros de datos en zonas inesperadas, incluso en pueblos poco poblados como Botorrita, en Zaragoza: donde haya un enchufe grande y un “sí” administrativo, allí puede aparecer un nuevo bloque de computación.

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Sin embargo, el espacio ofrece dos piezas clave que en el planeta se negocian con lupa. La primera es la energía: en órbitas heliosíncronas (órbitas con sol casi constante), los paneles solares reciben luz de forma casi continua. La segunda es el calor: se pueden usar radiadores enormes que tiran temperatura al vacío, como un disipador térmico “infinito” alrededor de los -270 °C.

Es decir, mientras en la Tierra el centro de datos necesita agua y sistemas complejos para enfriar, arriba se enfría “por diseño”. Como si en vez de poner un aire acondicionado carísimo, abrieras una ventana a un invierno eterno.

Por su parte, varios actores ya están moviendo fichas. El ex CEO de Google, Eric Schmidt, compró la empresa de cohetes Relativity Space con el objetivo explícito de habilitar centros de datos espaciales. Nvidia respalda a la startup Starcloud, que ya lanzó una GPU NVIDIA H100 (chip de cálculo para IA) al espacio como primer paso hacia infraestructura orbital.

No obstante, Elon Musk sostiene que el camino podría ser más directo: escalar satélites Starlink V3, que ya cuentan con enlaces láser de alta velocidad, para convertirlos en una especie de red de computación distribuida. Jeff Bezos, en la Italian Tech Week, fue aún más explícito: predijo que en 10 a 20 años veremos “clústeres gigantes de entrenamiento” de IA en órbita.

Sin embargo, la verdadera razón que une estas ideas no es romántica. Es regulatoria. En Estados Unidos, levantar nueva capacidad eléctrica en tierra puede tardar entre cinco y diez años, incluso en el mejor escenario. Y no es solo construir: la interconexión a la red puede demorar hasta seis años por una cola de proyectos que supera los 2.000 GW.

En otras palabras, el “cableado” que alimenta la IA no se expande al ritmo de la demanda. A ese freno se suma el llamado “Permit Stack” (pila de permisos), una cadena de trámites federales, ambientales, estatales y locales. Y, además, aparece el NIMBY (“not in my backyard”, no en mi patio trasero), que puede trabar proyectos durante más de 15 años con negociaciones y litigios.

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Por su parte, la presión ya escaló al plano político. Donald Trump declaró una emergencia energética nacional en Estados Unidos ante la demanda prevista. Y las tecnológicas dejaron de esperar pasivamente: Meta planea convertirse en comercializadora eléctrica para asegurarse suministro. xAI, la empresa de Musk, usa turbinas de gas como fuente temporal para alimentar su computación.

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En otras palabras, el problema no es solo cuánto “piensa” la IA. Es cuánto exige del sistema eléctrico y cuán lento se mueve el andamiaje legal para acompañarla.

El atajo del espacio: energía, frío y menos “vecinos que protesten”

Sin embargo, aquí aparece la lógica incómoda: el espacio no tiene intendencias, audiencias públicas ni vecinos que frenen un proyecto porque arruina la vista. Llevar centros de datos a órbita sería, en parte, una manera de saltarse la regulación terrestre y sus tiempos. No porque la ley sea mala, sino porque la demanda crece más rápido que el Estado.

Por su parte, las empresas ya ensayan atajos en la Tierra para evitar la burocracia. Microsoft reabrirá la central nuclear de Three Mile Island para alimentar sus operaciones de IA. Amazon compró infraestructura energética ya conectada a la red, como el campus de Talen Energy, y firmó acuerdos para desarrollar SMR (pequeños reactores modulares) con Dominion Energy y X‑energy, una apuesta que también adoptó Google mediante un acuerdo con Kairos Power.

No obstante, el espacio compite con una promesa tentadora: paneles solares con luz casi continua y radiadores que expulsan calor al vacío, sin consumir las enormes cantidades de agua que hoy requieren muchos centros de datos terrestres. Hoy todavía no cierran los números. Pero algunos expertos creen que falta menos de lo que parece.

En otras palabras, si el centro de datos es el “motor” de la IA, el gran problema es el aceite y el radiador. Y el espacio ofrece, al menos en teoría, un radiador gigantesco y una fuente de energía que no duerme.

Sin embargo, el lector no necesita imaginar astronautas programando servidores. El impacto cotidiano podría sentirse antes: si la IA sigue creciendo, la pelea por electricidad, agua y permisos también puede traducirse en costos, demoras y tensiones locales. Y allí, la órbita aparece como una válvula de escape.

No obstante, la escena final es casi doméstica: una civilización que quiere más “electrodomésticos inteligentes” necesita ampliar su central eléctrica. Si en la Tierra ese tablero está lleno de llaves, trámites y resistencias, el espacio se presenta como un cuarto nuevo para instalar el equipo. Y, como sugirió Bezos, quizá “la luna” sea ese regalo inesperado que cambie el cableado del futuro.

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