Tres Años, 800 Millones de Usuarios y 29.000 Peticiones por Segundo: el Ascenso Meteórico de ChatGPT

El 30 de noviembre de 2022 OpenAI lanzó ChatGPT casi sin hacer ruido, como “un modelo que interactúa de forma conversacional”. Tres años después, ese experimento se ha convertido en el centro de una discusión mucho más grande: poder político, futuro del trabajo, burbuja en bolsa y una sensación constante de que falta un giro más.

El qué es claro: ChatGPT es un chatbot de inteligencia artificial generativa que puedes usar desde el navegador o el móvil para escribir textos, responder dudas, resumir documentos o programar código. Lo que no estaba tan claro aquel día del lanzamiento en San Francisco era que este modelo iba a cambiar la agenda de gobiernos, empresas y mercados financieros en tan poco tiempo.

En la práctica, ChatGPT se ha vuelto un producto masivo. Tres años después de su lanzamiento sigue en lo alto del ranking de apps gratuitas de Apple, por delante de redes sociales o juegos que parecían intocables. Si lo comparas con la versión de escritorio, ves el mismo patrón: personas que nunca habían probado una IA, ahora abren el chatbot varias veces al día para estudiar, redactar correos o traducir documentos.

Ese uso cotidiano ha tenido un efecto arrastre. A partir de ChatGPT, han aparecido cientos de productos de inteligencia artificial generativa: editores de texto “inteligentes”, asistentes para programar, generadores de imagen y vídeo y hasta herramientas que escriben mensajes de voz. Muchos se apoyan en la misma tecnología base y compiten por algo muy simple: estar integrados en la app que ya usas.

Con todo, el impacto no se queda en lo técnico. La periodista tecnológica Karen Hao sostiene que OpenAI ya es más poderosa que casi cualquier Estado nación. Su argumento es directo: cuando una empresa controla una tecnología que puede moldear el trabajo, la educación y la seguridad, está influyendo en decisiones que antes solo tomaban los gobiernos. Ella lo resume así en una entrevista reciente: “OpenAI está reconfigurando nuestra geopolítica y todas nuestras vidas”.

Esa idea de “vidas reconfiguradas” se nota también en cosas más pequeñas. Uno de los efectos curiosos de la escritura con IA es la desconfianza hacia ciertos signos de puntuación. Muchos lectores asocian ya el guion largo —el famoso em dash— con textos generados por modelos, y algunos editores recomiendan evitarlo para no sonar artificial. Es un detalle mínimo, pero muestra hasta qué punto ChatGPT se ha colado en la cultura escrita.

El periodista Charlie Warzel lo lleva un paso más allá en The Atlantic. Él habla directamente de que vivimos en “el mundo que construyó ChatGPT”, un mundo marcado por una precariedad particular y la sensación de estar siempre esperando “que pase algo grande”. Esta idea encaja con la forma en la que tú mismo puedes sentir la tecnología: útil y espectacular, pero también algo inestable.

Warzel describe bien dónde duele más esta inestabilidad. Las generaciones jóvenes se preparan para entrar en un mercado laboral donde se repite que tal vez no haya una carrera predecible. Te dicen que estudies programación, datos, diseño o lo que toque ese año, pero en paralelo lees que muchas de esas tareas pueden automatizarse con la misma IA que estás aprendiendo a usar.

No solo se trata de quién empieza. Las generaciones mayores también reciben un mensaje incómodo: el futuro puede ser irreconocible y las habilidades que han construido durante décadas quizá dejen de ser relevantes. Si llevas media vida en una profesión muy concreta, no es agradable escuchar que un modelo de lenguaje puede hacer “lo esencial” de tu trabajo en segundos, aunque la realidad sea más matizada.

Warzel apunta que incluso los mayores defensores e inversores de la inteligencia artificial viven en esa espera tensa. Ellos podrían ganar mucho dinero si todo sale bien, pero reconocen que no saben si sus apuestas van a funcionar o si están alimentando una ola especulativa. Para ellos, un rasgo clave de esta tecnología es que, según sus propias palabras, nunca está en su forma final. Siempre parece que la versión “de verdad” llegará el año que viene.

Cómo ChatGPT ha cambiado la bolsa y ha disparado a Nvidia en solo tres años

Mientras discutimos efectos culturales, el dinero se mueve rápido. Un análisis de Bloomberg muestra cómo ChatGPT ha reordenado el mercado bursátil. El gran ganador claro es Nvidia, el fabricante de chips que alimentan los centros de datos donde se entrenan y ejecutan estos modelos. Desde el lanzamiento del chatbot, su acción ha subido un 979%. Es una cifra que, en Wall Street, huele a fiebre.

El contagio no se ha quedado en una empresa. El entusiasmo por la inteligencia artificial generativa ha empujado al resto de grandes tecnológicas. Hoy, las siete compañías más valiosas del S&P 500 —Nvidia, Microsoft, Apple, Alphabet, Amazon, Meta y Broadcom— tienen una relación directa con esta tecnología, ya sea fabricando chips, ofreciendo servicios en la nube o integrando asistentes conversacionales en sus productos.

Los números del índice lo reflejan. Desde finales de 2022, el S&P 500 ha subido un 64%, y casi la mitad de ese crecimiento conjunto se explica solo por esas siete compañías. El diseño del índice tiene aquí un papel clave: como se pondera por capitalización bursátil, el peso de cada empresa depende de lo grande que sea en bolsa. Eso hace que estas gigantes tengan un impacto desproporcionado en el resultado diario que ves en las noticias.

En apenas tres años, la concentración se ha disparado. Las siete tecnológicas sumaban alrededor del 20% de la ponderación del S&P 500. Ahora rondan el 35%. Es decir, algo más de un tercio de lo que hace el índice cada día depende de cómo se comporten un puñado de compañías muy ligadas a la inteligencia artificial. Para muchos gestores, esto vuelve el mercado más desequilibrado hacia la parte alta.

Este desequilibrio alimenta la gran pregunta: ¿estamos ante un nuevo ciclo tecnológico comparable a internet a finales de los noventa o ante una burbuja que acabará mal para muchos inversores? Entre ejecutivos de IA, se oye cada vez más la palabra “manía”. La mayoría admite en público que podría haber una burbuja en torno a la inteligencia artificial, aunque nadie quiere ser el que se baje del tren demasiado pronto.

Si hay burbuja de inteligencia artificial, qué dicen Sam Altman, Bret Taylor y Nvidia

Dentro de ese debate, la postura de Nvidia es llamativa. Su CEO, Jensen Huang, es una excepción entre los directivos que hablan de posible burbuja. Él insiste en que la demanda de chips para IA refleja un cambio real y profundo en cómo funcionan las empresas y los centros de datos. Muchos analistas miran la subida del 979% y se preguntan cuánto margen real queda antes de un ajuste.

Frente a esa confianza, las voces de OpenAI suenan más prudentes. Sam Altman, su CEO, comentó en agosto, durante una cena con periodistas, que “alguien va a perder una cantidad fenomenal de dinero en IA”. El mensaje es claro: no todos los proyectos, ni todas las startups de inteligencia artificial generativa, van a encontrar un modelo de negocio sostenible, por muy potente que sea la tecnología de base.

En la misma línea, Bret Taylor —CEO de Sierra y presidente del consejo de OpenAI— no se anda con rodeos. Reconoce que estamos “en una burbuja” parecida al boom de las punto com de finales de los 90. Remata con una visión más amplia: igual que internet pasó por un estallido doloroso pero acabó cambiando la economía entera, la inteligencia artificial, según él, va a crear cantidades enormes de valor económico a largo plazo, aunque en el camino muchas empresas queden por el camino.

Es un mensaje doble que te afecta tanto si inviertes como si solo eres usuario. Por un lado, ves un servicio web como ChatGPT que usas gratis o casi gratis para trabajar, estudiar o crear contenido. Por otro, sabes que hay una guerra de costes detrás, con centros de datos carísimos, chips que se agotan y competidores que queman efectivo esperando que el mercado madure. Que Altman y Taylor reconozcan esa tensión sugiere que el juego todavía está muy abierto.

Hasta entonces, puedes seguir usando ChatGPT como herramienta de trabajo diario, mientras el mercado decide si paga las facturas de toda esta infraestructura. Verás nuevos asistentes integrados en el móvil, más funciones “inteligentes” en las apps de siempre y, seguramente, alguna caída sonada de proyectos que prometían demasiado.

Al final, estos tres años desde el lanzamiento de ChatGPT dejan una foto clara: una app conversacional que sigue en lo alto de la App Store, una cultura que discute desde el guion largo hasta el futuro de tu empleo, y unos mercados donde siete empresas tecnológicas concentran un 35% del S&P 500.

La parte que falta por escribir es si esta inteligencia artificial generativa se asentará como la nueva infraestructura básica, como pasó con internet, o quedará marcada por el recuerdo de una manía.